El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, descartó categóricamente la posibilidad de que Canadá se convierta en parte de Estados Unidos. En respuesta a las declaraciones del presidente electo Donald Trump, quien sugirió que Canadá debería unirse como el estado 51, Trudeau afirmó: “No hay la más mínima posibilidad de que Canadá se convierta en parte de Estados Unidos”.
El republicano, que asumirá su segundo mandato en menos de dos semanas, aseguró que dicha integración beneficiaría a los canadienses al fortalecer su seguridad y eliminar impuestos derivados de continuos aranceles. Sin embargo, Trudeau respondió tajantemente en su cuenta de X, enfatizando que la relación entre ambas naciones debe limitarse a la de socios comerciales, un vínculo que beneficia a ambos países sin necesidad de anexiones territoriales.
Trump reiteró sus intenciones en una conferencia desde Mar-a-Lago, calificando la frontera entre ambas naciones como una “línea artificial”. Además, compartió mapas en su plataforma Truth Social mostrando a Canadá integrado a Estados Unidos con los colores de la bandera estadounidense. En sus declaraciones, también mencionó planes de recuperar el Canal de Panamá, ampliar su control sobre el Golfo de México y adquirir Groenlandia, propuestas que han sido rechazadas por los gobiernos de cada región implicada.
La ministra de Exteriores de Canadá, Mélanie Joly, respaldó la postura de Trudeau, subrayando que Canadá no cederá ante amenazas. Desde Ottawa, su gabinete calificó las declaraciones de Trump como un reto para las relaciones bilaterales en los próximos años.
A pesar de la negativa canadiense, Trump afirmó estar dispuesto a usar tanto su “fuerza económica” como recursos militares para lograr sus objetivos territoriales. Este nuevo enfoque del presidente electo ha generado preocupación en las naciones aludidas, quienes desestiman la viabilidad de sus propuestas, como en el caso de Groenlandia, cuya primera ministra, Mette Frederiksen, minimizó la visita de Donald Trump Jr. al territorio danés como un simple acto de presión simbólica.
El escenario plantea tensiones diplomáticas que podrían marcar el inicio de un segundo mandato de Trump enfocado en redefinir las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos y regiones estratégicas.