El 2 de octubre contado en panes… y encapuchados

Por Yohali Reséndiz

Han pasado dos días desde la marcha que cada año recuerda la matanza de Tlatelolco. A la distancia, lo que queda claro es que el 2 de octubre se ha convertido en una fecha con dos memorias paralelas: la de los estudiantes caídos en 1968 y la de un ritual de violencia que arrasa con policías, periodistas, civiles y comerciantes en pleno corazón de la Ciudad de México.

La Secretaría de Seguridad Ciudadana habló de 10 mil asistentes. Los que estuvimos ahí sabemos que eran muchos más. La vieja práctica de manipular cifras no muere: cuando la marcha incomoda, los números se achican; cuando conviene al gobierno, las multitudes se multiplican como panes… morenitos.

La movilización inició a las 16:00 horas en la Plaza de las Tres Culturas. Consignas, banderas, estudiantes que entienden la memoria como deber. Pero en la esquina de Eje Central y 5 de Mayo, el guion repetido: el bloque negro rompe la marcha, encapuchados lanzan piedras, botellas, bombas molotov. Uno de esos artefactos alcanzó a un policía, que terminó envuelto en llamas, escena brutal que hoy lo tiene en el hospital con quemaduras de segundo grado. En total, 94 policías resultaron lesionados, 16 permanecen hospitalizados y tres están en estado delicado.

La violencia no se detuvo ahí: 29 civiles atendidos por lesiones y ocho periodistas agredidos, entre ellos un fotógrafo con fractura. El mensaje es contundente: ni la ciudadanía ni la prensa están a salvo en un día que debería ser de memoria.

Pero la otra tragedia se vivió en los comercios. Los joyeros de Madero y 5 de Mayo calculan pérdidas millonarias, vitrinas reventadas, mercancía robada. Cada año viven la misma historia: bajar cortinas antes de tiempo, proteger escaparates, perder ventas. Para ellos, el 2 de octubre dejó de ser historia y se volvió rutina de sobrevivencia.

Y la pregunta incómoda que se hace en voz baja: ¿quién patrocina a los encapuchados? Porque los destrozos no son espontáneos, los tubos metálicos y las bombas molotov no se improvisan. Cada año aparecen como engranajes bien engrasados para reventar la marcha, para desviar la atención, para que el recuerdo del 68 quede sepultado bajo humo y vidrios rotos.

El Centro Cultural Universitario Tlatelolco, símbolo de aquella represión, fue vandalizado también. La UNAM lanzó un pronunciamiento. Y mientras tanto, la jefa de Gobierno, Clara Brugada, anunció bonos y reconocimientos para policías heridos. Paliativos que no responden al fondo: ¿hasta cuándo vamos a permitir que un homenaje a la memoria se convierta en saldo rojo garantizado?

El 2 de octubre no se olvida, repiten las consignas. Pero a 57 años de la masacre, lo que no olvidamos tampoco es que la memoria se maquilla con cifras oficiales y se mancha con violencia sembrada. La democracia mexicana nació entre balas y sangre estudiantil; hoy la recordamos entre bombas molotov y saqueos. Y eso no es homenaje: es fracaso.

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