El Popocatépetl, el volcán más activo de México y su segundo pico más alto, se encuentra a solo 70 kilómetros (43,5 millas) al sureste de Ciudad de México, y a 40 kilómetros (25 millas) al oeste de Puebla. El imponente estratovolcán ha estado en erupción durante décadas, emitiendo exhalaciones casi constantes desde su cráter, las cuales han estado marcadas por el aumento cíclico de domos de lava viscosa y erupciones explosivas de ceniza y fragmentos incandescentes.
El 27 de enero de 2024, el Generador operacional de imágenes de tierra (OLI, por sus siglas en inglés) a bordo del satélite Landsat 8 captó una imagen de uno de los recientes episodios de actividad del volcán. Según Sébastien Valade, vulcanólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México, la parte marrón de la columna de humo contiene cenizas. En invierno, los vientos a menudo soplan la ceniza hacia el este, como muestra esta imagen. En verano, la dirección del viento cambia y suele soplar las cenizas hacia el oeste y el norte.
“La ceniza es fina y no muy alta en la atmósfera, pero aun así es suficiente para producir impactos menores en las comunidades cercanas”, dijo Valade, quien ha desarrollado una plataforma llamada Monitoreo de Inestabilidad Desde el Espacio (MOUNTS, por sus siglas en inglés) que rastrea la actividad del Popocatépetl utilizando datos de varios satélites. “En comparación con lo que es capaz de hacer, se podría pensar en esto como un pequeño hipo del Popocatépetl”.
El Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) de México informó que el 27 de enero la columna de ceniza alcanzó alturas de unos 2,4 kilómetros (1,5 millas) y produjo una pequeña lluvia de ceniza en las ciudades de Nativitas, San Pablo del Monte, Ixtacuixtla de Mariano Matamoros, Zacatelco, Chiautempan, Santa Ana Nopalucan, Tlaxcala, Totolac y Panotla. Cuando la ceniza volcánica —compuesta de fragmentos de vidrio y roca pulverizada— cae sobre las comunidades cercanas, puede ocasionar problemas respiratorios, contaminar el agua potable y producir daños al ganado y los cultivos.
Ese día, el Centro de Avisos de Ceniza Volcánica en el estado de Washington —un grupo de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) que rastrea los riesgos que presentan estas cenizas— emitió varias alertas a los pilotos. La ceniza representa un riesgo para las aeronaves porque puede bloquear las boquillas de combustible de los motores, obstruir los filtros de aire y ocasionar otra serie de problemas. Según un estudio reciente sobre la dispersión de cenizas basado en dos décadas de observaciones satelitales obtenidas con el sensor del Espectrorradiómetro de Imágenes de Resolución Moderada (MODIS, por sus siglas en inglés) de la NASA, existen más de 100 rutas aéreas que podrían verse afectadas por las cenizas de las erupciones en el Popocatépetl.
El nivel actual de actividad en el Popocatépetl produce regularmente erupciones explosivas que están en una escala cercana a 2 o menos en el Índice de Explosividad Volcánica (VEI, por sus siglas en inglés), según el Programa Global de Vulcanismo del Smithsonian. El valor más alto en la escala logarítmica es 8, que sería una erupción tan poderosa que expulsaría más de 1.000 kilómetros cúbicos (240 millas cúbicas) de material a alturas de 25 kilómetros (15,5 millas) o más, similar a las erupciones masivas de supervolcanes que han ocurrido en Yellowstone en Estados Unidos o en el Monte Toba en Indonesia.
La evidencia geológica indica que el Popocatépetl, llamado así por la palabra azteca que significa “montaña que humea”, ha producido al menos cuatro erupciones “plinianas” extremadamente explosivas que estuvieron en un nivel de 3 o más en la escala VEI desde mediados del Holoceno, y la más reciente ocurrió alrededor del año 40 a.e.c. El volcán ha producido 37 erupciones conocidas en una escala VEI de 1 o más.
El período eruptivo más reciente comenzó en 1994, después de un período de reposo de 70 años. “Vimos una década de intensificación de la inestabilidad que alcanzó un crescendo a principios de la década del 2000”, dijo Valade. Durante la última década, la intensidad de la inestabilidad se había ido desvaneciendo gradualmente. “A principios de 2022, parecía que la erupción estaba en camino de extinguirse por completo”, dijo Valade.
Luego, a mediados de 2022, el sensor del Instrumento de Monitoreo de Ozono (OMI, por sus siglas en inglés) de la NASA y el sensor del Instrumento de Monitoreo Troposférico (TROPOMI, por sus siglas en inglés) europeo comenzaron a detectar niveles crecientes de emisiones de dióxido de azufre, una señal de que el magma fresco estaba entrando y rellenando el sistema de magma del Popocatépetl y acercándose a la superficie. Esta resultó ser la primera etapa de otro período de actividad que alcanzó su punto máximo con una ronda de erupciones particularmente explosivas en mayo de 2023.
Desde entonces, la intensidad de la actividad se ha ido desvaneciendo lentamente, dijo Valade. “Pero anticipo que seguiremos viendo una actividad sostenida en los próximos meses y años debido a ese período de recarga en 2022”, añadió.
Imagen del Observatorio de la Tierra de la NASA por Michala Garrison, utilizando datos de Landsat del Servicio Geológico de Estados Unidos. Reportaje por Adam Voiland.