
Perros robóticos de Beeple sorprenden en Art Basel
Su instalación Regular Animals abrió un debate central en Art Basel: ¿los robots con cabezas de magnates son arte o espectáculo tecnológico?
Miami , Florida .- Art Basel Miami Beach inició con una de las piezas más comentadas de la edición: tres perros robóticos con cabezas hiperrealistas de Elon Musk, Mark Zuckerberg y Andy Warhol. La instalación Regular Animals, del artista digital Mike “Beeple” Winkelmann, se convirtió en uno de los puntos de mayor atención dentro de la feria y detonó una discusión amplia sobre los límites del arte en la era tecnológica.
Cada escultura estuvo disponible por 100,000 dólares y fue adquirida durante la vista previa VIP en el Centro de Convenciones de Miami Beach. El gesto satírico y la presencia mecánica de las figuras captaron de inmediato la atención de visitantes, curadores y medios.
Mercado y piezas históricas
La sección Zero 10, dedicada al arte digital, destacó por la mezcla de criptotransacciones, distribución gratuita de NFTs y adquisiciones tradicionales. Un galerista alemán vendió una obra de Gerhard Richter en 5.5 millones de dólares, mientras un retrato de Alice Neel alcanzó 3.3 millones.
En el sector Survey, la Galería Weinstein presentó Autorretrato en Miniatura (1938) de Frida Kahlo, valuado en aproximadamente 15 millones.
Entre los asistentes se vio a figuras de alto perfil como Sergey Brin, cofundador de Google, mientras yates y helicópteros anclaban en Museum Park, un paisaje habitual durante la semana del arte.
La crítica: ¿son arte los robots de Beeple?
La instalación abrió una discusión central del arte contemporáneo: ¿puede considerarse arte una obra basada en ingeniería robótica y sátira digital?
Desde marcos teóricos como los de Arthur Danto y Rosalind Krauss, varios especialistas sostienen que sí, porque el arte se define por su capacidad de producir significado. Bajo esa lectura, los perros robóticos funcionan como comentario sobre el culto al poder tecnológico, la estetización del capital y la deshumanización del genio empresarial contemporáneo.
Otra línea crítica, vinculada a autores como Hal Foster, advierte riesgos: cuando una obra depende del impacto visual, la viralidad o la espectacularidad, puede caer en la categoría de “arte-espectáculo”, donde la tecnología sirve más para impresionar que para reflexionar.
A ello se suma la lectura del mercado. Teóricos como Olav Velthuis y Don Thompson han documentado cómo ferias como Art Basel pueden legitimar cualquier objeto como arte mediante precio, contexto y narrativa. Bajo esa mirada, la pregunta cambia: no es “¿qué es arte?”, sino “quién decide que lo es?”.
La ambigüedad que generan los robots de Beeple —entre crítica, sátira, espectáculo y mercado— es precisamente lo que los vuelve relevantes en esta edición.



