
Robo en siete minutos en el Louvre
Cuatro ladrones ejecutaron un golpe de precisión en el Museo del Louvre y robaron diez joyas imperiales, entre ellas la corona de la emperatriz Eugénie de Montijo. La fiscalía de París investiga una red internacional de tráfico de arte y joyería.
París, Francia.- Ni las guerras, ni los incendios, ni las revoluciones lograron arrebatarle al Louvre el tesoro que resume el esplendor de Francia. Lo hicieron cuatro hombres armados con una sierra eléctrica, en apenas siete minutos.
El robo, ejecutado con precisión militar, vació las vitrinas de la Galerie d’Apollon, el recinto donde descansaban las joyas imperiales de Napoleón III y de las emperatrices Eugénie de Montijo y Marie-Louise de Austria.


Foto: Colección Musée du Louvre / Département des Objets d’Art.
El museo más visitado del mundo quedó en silencio. París amaneció sin su corona.
La mañana del asalto
A las 9:30 de la mañana, un camión con plataforma elevadora se detuvo discretamente sobre el Quai François-Mitterrand, al borde del Sena.
Sus ocupantes vestían uniformes falsos de mantenimiento.
Sin levantar sospechas, elevaron el brazo mecánico hasta una ventana del primer piso del ala Denon. Con una disqueuse, una sierra industrial capaz de cortar acero, forzaron la entrada que da a la Galerie d’Apollon.
En menos de un minuto, los intrusos estaban dentro.
Su destino era claro: las vitrinas “Bijoux Napoléon” y “Bijoux des Souverains”, donde se exponían piezas únicas del Segundo Imperio.
Los ladrones actuaron con sincronía absoluta: rompieron el cristal blindado, extrajeron las joyas, y las guardaron en mochilas de fibra reforzada.
A las 9:40, ya huían en dos motocicletas T-Max, rumbo al norte de París.
El robo duró exactamente siete minutos.
Nadie los vio entrar. Nadie los vio salir.
El botín imperial
Los inventarios confirman la desaparición de diez piezas de valor incalculable, entre ellas:
La corona de la emperatriz Eugénie de Montijo (1855), forjada en oro y platino con 1 354 diamantes y 56 esmeraldas. Fue usada por Eugénie en la ceremonia de inauguración de la Exposición Universal de París de 1855, y aparece retratada en el óleo de Franz Xaver Winterhalter, donde la emperatriz posa con vestido blanco y velo de tul sobre un trono imperial. 💍 La diadema de Marie-Louise de Austria (1810), con perlas naturales y diamantes tallados a mano, obsequio de Napoleón Bonaparte durante su boda imperial en el Louvre mismo, antes de la ceremonia religiosa en el Louvre Saint-Cloud. La pieza es visible en el retrato de Robert Lefèvre, donde Marie-Louise aparece coronada de laureles, símbolo de paz. 🕊️ El broche del Águila Imperial, joya de oro rojo y esmalte negro con rubíes birmanos, emblema de Napoleón III, portado en la apertura del Cuerpo Legislativo en 1864.
El collar de las Damas de Honor de la Emperatriz, diseñado por Lemonnier, con medallones de esmalte azul y perlas del Golfo Pérsico. Se usó en los bailes del Palacio de las Tullerías, cuando la corte francesa imitaba el esplendor de Versalles.
Un relicario barroco del siglo XVII, con topacios y cristal de roca, legado del Tesoro de Saint-Denis, vestigio de la monarquía anterior al Imperio.
Los pendientes de amatista de María Antonieta, que sobrevivieron a la Revolución y fueron donados al Estado en 1887, como símbolo de reconciliación histórica.
Estas piezas no solo pertenecían al pasado: eran testigos visibles de la continuidad entre la monarquía y la república, entre la pompa del poder y la fragilidad humana.
Su valor histórico es incalculable. Cada joya era una página de la historia francesa en oro y piedra.
La huella del arte


Las joyas ahora robadas aparecieron durante más de un siglo en retratos, pinturas y exposiciones que narran el imaginario del poder en Francia.
En el Retrato oficial de la emperatriz Eugénie de Winterhalter (1855), conservado en el museo de Compiègne, la corona perdida brilla sobre su cabello castaño, acompañada del broche del Águila Imperial en el pecho.
La diadema de Marie-Louise se aprecia en grabados de la época napoleónica y fue reproducida en porcelana por Sèvres como símbolo de la alianza franco-austriaca.
Incluso la Galerie d’Apollon donde se guardaban —decorada por Charles Le Brun bajo Luis XIV— aparece representada en grabados de 1670, con el mismo esplendor dorado que ayer fue sustituido por el vacío.
Por eso el robo no es solo un golpe material.
Es una fractura en la iconografía de la nación: lo que se había convertido en símbolo pictórico volvió a ser objeto tangible… y robado.
La maquinaria de investigación

El Parquet de Paris abrió una investigación por robo en banda organizada, delegando el caso a la Brigade de Répression du Banditisme (BRB) y al Office Central de Lutte contre le Trafic des Biens Culturels (OCBC).
Ambas unidades trabajan junto a la Dirección Regional de la Policía Judicial (DRPJ), con sede en Nanterre.
Los primeros reportes indican que la plataforma elevadora utilizada había sido robada tres días antes en un depósito industrial de Vitry-sur-Seine.
El camión apareció horas después, abandonado en el distrito 19, sin placas ni rastros digitales.
Los investigadores también hallaron los dos scooters T-Max incendiados en un terreno baldío de Aubervilliers, una práctica habitual entre bandas organizadas para eliminar ADN y rastros químicos.
En los escombros, se encontraron restos de guantes y material de fibra térmica, compatibles con el equipo que se usa para anular detectores de movimiento.
La policía francesa no descarta una colaboración interna, ya que los ladrones conocían los puntos ciegos de las cámaras y el momento exacto del cambio de turno de los vigilantes.
Se sospecha que la operación fue planificada durante al menos seis semanas y que el grupo contó con apoyo logístico externo para el traslado de las joyas fuera de París.
Red internacional
El robo presenta similitudes con los casos del Museo de Dresde (2019), el Museo de Amberes (2022) y el Museo de Ámsterdam (2023), todos atribuidos a redes criminales procedentes de Europa del Este especializadas en arte y joyería.
El OCBC ya ha contactado a Interpol y Europol, que siguen la pista de coleccionistas privados y joyeros clandestinos en Bélgica, Italia y los Emiratos Árabes Unidos.
El objetivo más probable, según los analistas, no es conservar las piezas completas, sino desmantelarlas: separar diamantes, extraer perlas y fundir el oro para venderlo de forma anónima.
Una vez alteradas, las joyas imperiales serían imposibles de identificar.
El Louvre bajo cerco
El museo fue cerrado de inmediato. Más de dos mil visitantes fueron desalojados mientras peritos y agentes de la policía científica tomaban huellas, fibras y fragmentos de vidrio.
Las piezas restantes fueron trasladadas a las bóvedas subterráneas del museo, a la espera de nuevas medidas de seguridad.
Fuera del recinto, París reaccionó con asombro: turistas, estudiantes y curiosos se congregaron frente a la pirámide de Pei.
Algunos encendieron velas, otros colocaron flores. En una cartulina improvisada podía leerse: “On nous a volé notre passé.” —Nos robaron nuestro pasado.
Las fallas de un sistema blindado
El Louvre cuenta con más de dos mil cámaras y una red de sensores conectada a la Prefectura de Policía, pero la ventana forzada no estaba integrada al sistema principal.
Ese punto ciego, ignorado desde 2018, permitió el acceso directo al salón.
Además, el atraco coincidió con el cambio de guardias y el mantenimiento de un módulo eléctrico, circunstancias que facilitaron la maniobra.
El Ministerio de Cultura anunció una auditoría general de seguridad en todos los museos nacionales y reforzará los protocolos de exhibición de piezas patrimoniales.
La ministra Rachida Dati reconoció que “el patrimonio cultural se ha convertido en un blanco del crimen transnacional”, y pidió fondos adicionales para la protección de los bienes nacionales.
La dimensión histórica y simbólica
El robo golpea un punto sensible en la identidad francesa.
Las joyas robadas son más que objetos: son parte del relato fundacional del país.
La corona de Eugénie fue creada para glorificar el poder del Segundo Imperio y se convirtió en símbolo visual de la Francia moderna, justo cuando el país se presentaba al mundo en la Exposición Universal.
La diadema de Marie-Louise celebraba la unión entre Bonaparte y la monarquía europea, y los pendientes de María Antonieta representaban el tránsito de una era sangrienta a la reconciliación republicana.
Cada una de esas piezas había pasado del cuerpo de las emperatrices a la vitrina del museo; del brillo de las ceremonias al silencio del patrimonio.
Ahora, han vuelto a desaparecer.
El ciclo de la historia se repite: la gloria, la caída y el vacío.
Una herida abierta
Al caer la noche, las luces del Louvre permanecieron encendidas, pero el interior seguía desierto.
En la Galerie d’Apollon, los reflejos del estuco dorado se mezclaban con el vidrio roto y las sombras de los peritos.
El eco metálico de las herramientas resonaba como una plegaria muda.
Afuera, el Sena seguía su curso indiferente.
En una ciudad acostumbrada a sobrevivir a revoluciones, guerras y atentados, el robo del 19 de octubre quedará como un recordatorio de que la historia puede ser robada con la misma facilidad con que se escribe.